domingo, 1 de septiembre de 2013

2º parte -Taller de danzas Afroperuanas


El son de los diablos


Adaptado y corregido por: Jorge Luis Medina López



Son de los diablos acuarela de Pancho Fierro.



1. ANTECEDENTES EN EL PERÚ: DIVERSOS AUTORES


El son de los diablos[1] es una danza peruana donde, disfrazados de diablos, los afroperuanos celebran el Corpus Christi y los carnavales.

La danza de diablos, desarrollada durante el Virreinato del Perú con orígenes en la península española, fue asimilada por los negros de la colonia. Después de la independencia del Perú, en 1821, los afrodescendientes habitaron en callejones cerca a iglesias y plazas de Lima; lugares donde se realizaban fiestas. Antes las celebraciones, los negros se incorporaron a las fiestas formando cuadrillas que danzaban el Son de los Diablos. Al inicio la danza acompañaba la fiesta del Corpus Christi y Cuasimodo en Lima, y luego pasa a ser una danza de Carnaval.

La danza desapareció de las calles limeñas a mediados del siglo XX, y más aún con la prohibición del juego de carnaval en 1958 y la suspensión de los feriados el lunes y martes posteriores al domingo de carnaval y previos al miércoles de ceniza.



Por las acuarelas de Pancho Fierro, pintor del siglo XIX, se conoce como se realizaba dicha danza. Esto sirvió para que en 1986 el Movimiento Negro Francisco Congo rescate las tradiciones culturales de los negros y lleven la danza nuevamente a las calles y teatros limeños.

La danza representa al diablo (con máscaras, rabos, tridentes) y salía por las calles como una Comparsa al mando del Caporal. La coreografía incluye pasadas de zapateo y movimientos acrobáticos así como gritos para asustar a los transeúntes. Se acompañaba con guitarras, cajita y quijada de burro.


2. Sobre sus orígenes

Roberto Rivas (2002) escribe que la aparición de los diablos, tanto en Europa como en el “Nuevo Mundo” coincidía con la fiesta – festividad- del Corpus Christi, la infraoctava del Cuasimodo y/o también llamada la celebración del Santísimo Sacramento de la Eucaristía. Esta fiesta apareció en Europa en 1264, diseñada por santo Tomás de Aquino a pedido del Papa Urbano IV, y fue difundida por América con la Conquista en el siglo XVI, alcanzando su apogeo en el siglo XVII. Esta festividad fue concebida como la celebración del Cuerpo de Cristo (cabeza y cuerpo) y ello explica por qué en esta fiesta debían estar presentadas todas las corporaciones, instituciones y autoridades civiles y religiosas de la ciudad, guardando determinado orden jerárquico. 


La fiesta (¿festividad?) del Corpus Christi duraba ocho días y empezaba el noveno jueves después del domingo de Pascua de Resurrección. El primer día era el más importante y lo seguía en importancia el último día del ciclo, llamado Octava. En él se guardaba la Custodia hasta el siguiente año. El período de seis días comprendidos entre los dos jueves era el llamado Infraoctava. En Lima, durante el domingo de la Infraoctava, la orden dominica realizaba su procesión del Corpus ante el Virrey, la comunidad religiosa del Convento de Santo Domingo y otras autoridades principales de la ciudad, quienes presenciaban el desfile desde la Galería de Palacio. 



A diferencia de celebraciones del Corpus Christi en otras ciudades como en Sevilla, en México o en el Cuzco, la celebración en Lima se caracterizaba por la gran participación de la población negra ya que, de acuerdo a Frederick Bowser (1977), Lima fue la ciudad con la mayor concentración de negros de todo el hemisferio occidental durante el siglo XVII y siguió siendo predominante durante toda la Colonia. Y aunque los negros participaban tanto en el Día del Corpus como en la Octava y el Domingo de la Infraoctava , esta última procesión tenía para ellos una importancia particular pues desfilaban ante el Virrey, por lo que se esmeraban más que nunca en su actuación (Rivas, 2002). Todas las cofradías negras participaban separadas por  género e iban acompañadas de figuras grotescas como la Tarasca[2], los gigantes , papahuevos y diablillos , todas figuras deformes que representaban a genios del mal, servidores del dragón, pero que junto con él habían sido vencidos por el Cristo Eucarístico a quien ahora servían y le hacían reverencias. 


Las cofradías de negros encabezaban la procesión y cada grupo tenía su rey o su reina que marchaban bajo un quitasol, llevaban un cetro en la mano derecha y un bastón representando a los reyes de sus territorios nativos. También representaban a personajes de la nobleza valiéndose de máscaras, causando risa entre los espectadores. Precediendo a dichos reyes iban los negros disfrazados de diablillos, unos vestidos de osos con pieles sobrepuestas, otros disfrazados de monstruos con cuernos, plumas de gavilanes, garras de leones y colas de serpientes todos con palos y escudos simulando una batalla (Rivas, del Busto, 2002). 


En cuanto a la organización de la procesión para el caso de Lima, Rivas (2002) encuentra en una Gaceta de Lima de entre los años 1753 y 1756 el siguiente orden: «Las cofradías negras y figuras grotescas eran quienes abrían el desfile. Luego venían las cruces de las parroquias seguidas por las órdenes religiosas por orden inverso de antigüedad: San Francisco de Paula, La Merced, San Agustín, San Francisco y Santo Domingo. Venía a continuación el clero secular, el Cabildo eclesiástico revestido de “capas pluviales” y finalmente la Custodia, llevada bajo Palio por el arzobispo revestido de “medio pontifical”. Detrás de la Custodia venían las instituciones civiles conformadas por el Cabildo, el Tribunal Mayor de Cuentas, la Real Audiencia , El Virrey rodeado de la Compañía de Alabarderos, la familia del Virrey, la compañía de caballos, la carroza de respeto y dos carrozas de cámara.»



 

Nicomedes Santa Cruz (1975) nos dice que en las colonias de América con los negros esclavos e indios sojuzgados y bajo la sutil apariencia de un día de total “libertad”, el dominador invitaba al dominado para que practicara sus más espectaculares danzas ancestrales. El fin que se perseguía era utilizar su cultura “pagana” como encarnación del “mal” y relevar así la sagrada imagen del “bien”, identificando a los primeros con el propio diablo (mi énfasis). “El éxito de tan peregrina empresa fue tal, que hasta los propios dominados terminaron en muchos casos por admitirse diablos y aceptar gustosos su papel” (N. Santa Cruz, 1975). Y aunque la danza de diablos tiene su origen en España, los afro descendientes la fueron haciendo suya. Los negros agrupados barrialmente después de la independencia (1821) y durante los primeros años del siglo XX, vivían en callejones cerca de iglesias, plazas locales y pulperías, lugares donde éstos celebraran diversas fiestas populares. Esta experiencia influenció la formación de la identidad afro peruana (Panfichi, 2000) y fue en estos barrios donde se originaron las diferentes cuadrillas del llamado Son de los Diablos. 


  3. Sobre los instrumentos musicales 

En su libro El cajón afro peruano, Rafael Santa Cruz (2004) hace mención de instrumentos musicales utilizados por la población negra en el Perú durante y después de la colonia, muchos de ellos ya desaparecidos de la práctica actual. Entre estos está la calimba y la marimba, dos instrumentos predominantes en varias regiones de África hoy en día. De los instrumentos vigentes en la música afro peruana tenemos la cajita, el cencerro, la quijada de burro, y el checo. 

Y a pesar de que muchos afirman que el actual cajón peruano es un instrumento no más antiguo que hace 100 años o menos, el historiador José Antonio del Busto (2001) escribe que a falta de árboles gruesos en la costa, es en el siglo XIX que aparece el cajón encolado rectangular. Por otro lado, R. Santa Cruz (2004) cita al historiador Rubén Vargas Ugarte para mencionar que en una celebración del Señor de los Milagros de 1671, «los músicos se acompañaban de arpa y cajón» (R. Santa Cruz, 2004). R. Santa Cruz (2004) dice que esta sería la primera referencia sobre el cajón aunque es difícil de confirmar ya que Vargas Ugarte no tuvo acceso al documento original de la época. Sin embargo R. Santa Cruz nos reta a pensar si cucharas, machetes, calabazas, cencerros, semillas, quijadas de animal [burro], o cualquier objeto cotidiano capaz de producir sonido fue siempre visto como «instrumento musical». Quizás entonces el cajón bien pudo haber estado presente en la práctica musical de siglos pasados y simplemente no se le dio la categoría de instrumento musical (Ver nota al final). En todo caso son otros los instrumentos que aparecen y predominan en testimonios existentes sobre las festividades que nos conciernen en el presente ensayo. 


Rivas (2002) nos informa que entre los varios instrumentos musicales utilizados por las cofradías de negros durante las procesiones del Corpus Christi estaba el tambor, llamado “parche” por la piel que cubría un lado de su armazón formado por un cilindro de palo hueco, piel en la que se percutía. Este era llevado a la espalda, y detrás iba el que lo tocaba. Del mismo modo del Busto nos informa de un tambor de pie o el tam-tam del que se tiene referencia hasta el año de 1813. Este tambor, dice del Busto (2001), era utilizado también en procesiones y era llevado colgado del cuello, del hombro o de la espalda para que otro lo tañese. También utilizaban la marimba mencionada anteriormente, un instrumento ya desaparecido en el Perú, aún presente en algunas regiones de Colombia y Ecuador donde la presencia afro descendiente es predominante y prácticamente adoptado como “nativo” en varios países de Centro América. La marimba es un instrumento melódico de percusión formado por tablillas delgadas y de diferentes dimensiones para, al ser percutidas, formar una escala musical. Debajo de cada tablilla se cuelga una calabacilla seca y vacía como resonador y se toca con dos palos. Finalmente, Rivas (2002) añade que en dichas procesiones se utilizaban sonajas formadas por manojos de cascabeles y del Busto menciona panderos, trompetas, flautas de caña y la “viola guinea” o rucumbo, un instrumento de cuerdas hecho de tripas de gato extendidas sobre un mate vacío que servía como caja de resonancia. 


En las acuarelas de Pancho Fierro donde se ilustra la danza del Son de los Diablos alrededor de los años 1820’s, predominan tres instrumentos aún vigentes en nuestra música popular: la cajita, la quijada de burro y el arpa. Este ultimo instrumento ha desaparecido de la práctica musical afro en la costa, mas no de la tradición musical en regiones de la sierra peruana. Más de una acuarela de Pancho Fierro muestra también a un músico con un instrumento que sugiere una guitarra o una vihuela. La guitarra se ha convertido en el instrumento de cuerdas más importante no sólo de la tradición musical afro peruana sino también de muchos otros géneros musicales practicados a lo largo de la costa del Perú. Del Busto (2001) añade que en vez de guitarra o arpa, el violín también fue utilizado en la comparsa del Son de los Diablos «más algún instrumento de viento"




Cuando la Procesión del Corpus Christi era la mas importante de Lima, además de los creyentes que acompañaban la reunión religiosa, hacían su aparición unos personajes muy graciosos, pero también escandalosos y que desdibujaban completamente con su actuación la procesión, símbolo de recogimiento y reflexión: los Diablos, Gigantes y Cabezudos.




Dice Carlos Prince en su "Fiestas Religiosas y Profanas" (Lima, 1890) lo siguiente respecto a esta fiesta: ´los diablos eran unos figurones ridículos, una variedad de diablos horribles, los gigantes eran unos maniquíes, figurando gigantes colosales, cargados por negros, y los papahuevos eran muchachos con cabezas más grandes que sus cuerpos (...), con este atractivo se conseguía mayor afluencia de concurrentes´.



En plena procesión, los diablos, los gigantes y la gigantita, haciendo grotescas contorciones, y los papa-huevos, imitando las payasadas de los saltimbanquis, acostumbraban con movimientos torpes y toscos, propiciar la risa del pueblo, que empezaba por prorrumpir en gritos y terminaba a los puños.

Estos desordenes acontecían en medio de la procesión, y lo mas irracional era, que se hacia para celebrar y solemnizar una fiesta religiosa, acompañando al Santísimo, en cuyo serio acto, en vez de mascaras y disfraces, debía reinar el recogimiento y la veneración.





Esta costumbre fue introducida en las festividades religiosas desde tiempo inmemorial, y desde entonces también fue reprobada por la gente sensata, tal es así que en los tiempos del gobierno colonial muchos alzaron su voz de protesta contra estas pandillas que so pretexto de rendir culto a la Divinidad, ofendían a la moral publica y servían de escarnio a la religión misma, pero esto era tolerado por los mismos Virreyes, que en ese sentido nada hicieron para extinguir estas costumbres profanas.

Una curiosidad al respecto se dio en 1817, cuando un cura de una de las parroquias de la capital, se dirigió al virrey preguntándose del porque se había prohibido ese año estas celebraciones con el argumento siguiente: ´estos diablos hacen un acompañamiento inocente a su Majestad, y el pueblo ve gozoso esto y también porque los gigantes, sin aterrar a la infancia, hacen mas grande la concurrencia y acompañamiento devoto (...), por tanto solicito a su pio corazón, permita la presencia de diablos y gigantes en la próxima procesión´.

El Virrey convencido por las razones aducidas por el celoso párroco ordenó que vuelvan a salir estos muñecos y disfraces.

Nuevamente según Prince: ´De las antiguas costumbres abolidas ya, la de los diablos, gigantes y cabezudos es la que con mayor justicia y razón se ha hecho desaparecer, en honra y provecho de nuestra religión ¡La farsa, el bullicio y el escándalo no son para la Iglesia!´ Que diría hoy de los escándalos ya conocidos.


Estas costumbres desaparecieron alrededor de 1865.







(2) La Tarasca (llamada así por Tarascón, pueblo francés donde tiene su origen el uso de esta figura) es un dragón o serpiente de siete cabezas, personaje que aparece en el Apocalipsis. Las siete cabezas simbolizaban los siete pecados capitales (Rivas 43).
“Los gigantes eran grandes muñecos de unos cinco metros de altura que en el Perú eran movidos interiormente por negros” (Rivas 44).
“En el Perú los Papahuevos eran unas grandes cabezas de cartón a manera de máscaras que cubrían completamente a un muchacho, a quien sólo se le veían los pies; éstos acostumbraban jugarse con los niños asistentes persiguiéndolos por el desfile” (Rivas 44). “los diablillos eran personas disfrazadas con cuernos, pieles de animales y otros atuendos” (Rivas 44).


[3] Fuentes: Carlos Prince, Lima Antigua (1890). Papahuevos.es Imagenes